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No nos vayan a dejar con los platos servidos

Se celebraba la reunión anual de presbiterio de la Provincia Eclesiástica del Noreste del País, allá por el año de 2002. Con sacerdotes venidos de Nuevo Laredo, Tampico, Linares, Saltillo, Piedras Negras, Victoria, Monterrey y Matamoros, congregados en las instalaciones del seminario de esta última diócesis. Había pasado ya la misa principal en la Catedral, el torneo deportivo, el concierto al aire libre, la visita al museo, el saludo a los fieles, y todos los sacerdotes que asistimos, unos 200, ya cansados, queríamos regresar a nuestra casa. Era ya el segundo día, cerca de las 12:00 medio día, cuando se acabó la última conferencia de los obispos, y todos los padres rápidamente nos levantamos para agarrar nuestras chivas, listos para partir, cuando de pronto, un sacerdote, apodado el ronco, viendo como se alebrestaban tantos curas, tomó solemnemente el micrófono, y con ronca voz dijo, espérenme tantito: «Nada más una cosa les vamos a pedir: las personas del pueblo junto con los sacerdotes de la diócesis, hemos preparado un banquete especialmente para ustedes, y no queremos que nos vayan a dejar con los platos servidos en las mesas». Dicho esto, se oyó un profundo silencio, se podía escuchar las mochilas que lentamente eran depositadas en el piso.
Ya se habrán de imaginar ustedes, lo que pasó después…

+Alfonso Miranda G.

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