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Texto Sínodo Ordinario de Obispos sobre la Familia, Roma 4 al 25 de octubre 2015

 

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Que la Iglesia sea un lugar, donde ninguna familia se sienta sola, abandonada, relegada, excluida o extraña.

Hace 19 años en la ciudad de México, y 17 en Monterrey, iniciamos la pastoral para Divorciados y vueltos a casar. El objetivo era ofrecer un cálido acompañamiento espiritual desde la doctrina católica, a las personas que después de haberse casado por la Iglesia, se habían divorciado, y luego vuelto a casar por el civil. Con el propósito de ofrecerles un horizonte de vida nuevo dentro de la Iglesia, mostrándoles un camino de crecimiento humano y espiritual, aspirando a alcanzar la madurez de una vida plena, en armonía con Dios, con uno mismo, y con el prójimo.

Hace poco en una plática con los capellanes militares del País, me preguntaron que, hoy por hoy, ¿qué deberían hacer con los vueltos a casar, si dar la comunión o no? … Que si yo se las daba, porque la urgían, la necesitaban, que ¿qué decía yo? Y les contesté que en estos diecinueve años, no nos hemos dedicado a dar la comunión a los vueltos a casar, sino a vivir con ellos, a acompañarlos, a caminar con ellos, a conocerlos, a sentir su corazón, a conocer sus problemas, a llorar con ellos, a abrazarlos, a amarlos, a perdonarlos.

En todos estos años, hemos visto como el acompañamiento pastoral a estos matrimonios, ha hecho de ellos, matrimonios maduros y responsables con sus hijos. Al mismo tiempo, hemos tenido la fortuna de apreciar la calidad, carisma y belleza de tantas personas, que se han vuelto, aguerridos y fieles agentes de pastoral de la Iglesia, en el acompañamiento de familias en su misma situación.

Y su alimento no ha sido otro que la Palabra de Dios, la Doctrina, la Oración, y el Magisterio de la Iglesia. A través de su empuje pastoral, hemos visto nacer y crecer más de 15 grupos en Monterrey; 15 más en diversas diócesis de México, y hoy están empezando a llegar a E.U. y Latinoamerica.

Hoy, estos hermanos comulgan espiritualmente, y han aprendido también a hacerlo a través del servicio a sus hermanos.

Hoy en la misa, formando parte del Pueblo de Dios al que pertenecen, hacen fila con las manos cruzadas en el pecho, a la hora de la comunión, para recibir la bendición de mano del sacerdote u obispo sobre su cabeza.

Si no vamos a darles la comunión sacramental, no los abandonemos, no los corramos, no los hagamos sentir menos o fuera de lugar en la Iglesia, como seres de segunda clase, y menos los señalemos como irregulares, hiriendo todavía más su ya de por sí, lastimado corazón, y que es lo mismo que rechazarlos y condenarlos.

Si no podemos darles la comunión, nada impide acogerlos, escucharlos, comprenderlos, acompañarlos, amarlos y salvarlos.

+Alfonso G. Miranda Guardiola

Obispo Auxiliar de Monterrey, México.

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