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Vista a Nueva York, a la misa de la fiesta de la Virgen de Guadalupe con los migrantes

Conocí a un sacerdote, mientras estudiaba en la Universidad Pontificia de México, allá por los años 90s. Era un presbítero de mediana edad, de unos 43 años, que en ese tiempo se batía en lucha por alcanzar dos objetivos, terminar un doctorado en filosofía, y dominar un cáncer de intestinos que lo asediaba. Ejemplar sin duda era ese sacerdote, el caballero le llamábamos, por su figura delgada, pero sobre todo, porque siempre nos llamaba así. Nos ponía ejemplo con su disciplina para ingerir limpios y muy escogidos alimentos, a nosotros los seminaristas de ese tiempo, que comíamos en el mercado de enfrente, tacos, tortas, garnachas y todo lo que se nos pusiera enfrente; y por su dedicación para el estudio, a nosotros, que más terminábamos de comer, y corríamos a la cancha de basquet, a jugar buena parte de la tarde. 
Durante esos años en que coincidimos, lo invitábamos a celebrar algunas de nuestras misas de grupo, y varias veces me confesé con él. Pasó el tiempo, y este sacerdote, logró obtener su doctorado, pero ya no volví a saber de él. Durante algunos años sin éxito lo busqué. A algunos compañeros de aquella época, que en el camino de la vida me encontraba, les preguntaba, pero nadie sabía dar cuenta de él, era como si se lo hubiera tragado la tierra.

Voy regresando de un viaje exprés a Nueva York, donde fui invitado para celebrar misa en la solemnidad de santa María de Guadalupe, en la catedral de san Patrick, para hacer más cercana a la Iglesia mexicana, con la comunidad hispana que habita aquellas tierras hermanas.
El sacerdote que me invitó, me pidió también que si podía ir a su parroquia, en el mismo barrio de Manhattan, pues está dedicada a la Virgen de Guadalupe. Aunque iba a llegar raspando, acepté celebrar esa noche del 11 de diciembre del 2016. 
Este domingo pasado llegué a Nueva York, a eso de las 4:30 de la tarde, y la primera misa estaba programada para las 8:00 de la noche (Estábamos todavía a hora y media de camino). El chofer que fue por mi, me dijo que el padre me estaría esperando (supuse que para comer, porque no me lo mencionaba, y traía yo un hambre espantosa. Había salido a las 9:00 de la mañana de Monterrey). 
Total que llegamos a la parroquia, dedicada a la Morenita del Tepeyac. Entramos al pequeño y precioso templo, bellamente adornado de flores, y con la gente entrando por todas partes, llevando sus alegrías y sus penas, para ofrecerlas a su consoladora Madre. 
Y después de ahí, luego luego me llevaron al comedor parroquial (yo creo que escucharon que mis tripas venían rugiendo). Entramos, y estaba vacío, eso sí, la mesa larga, bien preparada y dispuesta para comer. Entraron primero unas cocineras, y detrás de ellas, una figura delgada y sencilla, risueña, con los ojos llenos de luz y una calvicie acendrada por los años, era el padre Salvador Rubio, aquel excelso sacerdote, que yo había dejado de ver, 20 años atrás….
El caldito de res, no me sirvió ni pa’l arranque, pronto me eché el platito de ensalada y di cuenta de la paella de mariscos que me sirvieron. Eso sí con un exquisito vino rosado, servido en dignas copas. Pero como de costumbre, mi buen amigo, solo tomó agua, pues respetuoso de las horas, y de su salud, ya había comido.

Un momento antes, cuando se disiparon de mi vista las cocineras, con sus bandejas y platos, apareció el padre Santiago sorpresivamente ante mi, y lo reconocí inmediatamente. Con la admiración a flor de piel, no pasó ni un instante, en que nos estrechamos en un fuerte y fraterno abrazo. Te he estado buscando, le dije, he preguntado entre los amigos por ti, y nadie sabía de tu paradero. Llevo aquí ya varios años, me dijo, ha sido una larga historia. Ya es la segunda vez que vengo a Nueva York, la primera fue en los años ochentas, pero me enfermé de cáncer, y me regresé a Autlán, mi pueblo. Pero gracias a Dios pude recuperarme, y me fui a la Pontificia de México a estudiar, ahí fue donde coincidimos. Terminando el doctorado todavía regresé a mi pueblo, a fundar una universidad, y después de ahí me vine de nuevo a Nueva York, allá por el 2002, ésta es ya mi segunda parroquia. Y ahora me encargaron también coordinar la espiritualidad guadalupana en la diócesis. Pero sabes, aquí hay muy pocos sacerdotes, y hay tantos hermanos migrantes, que vienen con sus devociones, y con sus necesidades y no podemos atenderlos a todos. Yo traigo el proyecto de hacer de esta Iglesia de la Virgen de Guadalupe, un Santuario, para tener más misas y confesiones, y poder atender a todos, y ya tengo todos los permisos, pero me falta todavía cumplir un requisito, tener por lo menos dos sacerdotes más, ya que yo solo aquí no me doy abasto. Por eso, quiero regresar a México, y entrevistarme con algunos obispos, para ver si pueden enviarme algunos de sus sacerdotes, que quieran venir a trabajar. Yo te ayudo, le dije, yo conozco algunos hermanos obispos, que pudieran echarte la mano, pues es también nuestro pueblo, el que por aquí transita, y no hay quien los guíe ni asista. En México tampoco hay demasiadas vocaciones, pero tenemos que dar de nuestra pobreza.

En eso estábamos, cuando nos alcanzaron las ocho de la noche, y nos fuimos corriendo para recibir a los peregrinos que, aunque hacía frío, ya llenaban todos los rincones de la Iglesia.

A la mañana siguiente, el padre Lorenzo, director diocesano de comunicaciones, ya nos esperaba en el comedor parroquial para llevarnos a almorzar con el Cardenal Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York. En eso una de las cocineras muy atenta, entra y no dice, ¿les servimos ya los chilaquiles que les preparamos? – Muchas gracias contesté, pero almorzaremos en la Catedral con el Cardenal Dolan. -Ah, porque a nosotras nos dijeron que les sirviéramos. – Muchas gracias, insistí (porque no quería comer de más –ajá-), preferimos esperarnos para comer con el Arzobispo.

Así que nos levantamos, agradecimos y nos fuimos. 
Pero, al llegar a la casa del Cardenal Dolan, una sorpresita nos esperaba…

 

El tráfico de Nueva York estaba terrible esa mañana, del 12 de diciembre del 2016, avanzábamos muy poco entre los rascacielos y los semáforos, y el cardenal Dolan nos esperaba a las 9 am, y ya eran las 9:15. Como pudimos llegamos a la casa a espaldas de la Cátedral de San Patrick. 
De la entrada adornada con una bella corona de adviento, sale una señora, – ¿a quién buscan? -El arzobispo, espera al obispo miranda, contesta el padre Lorenzo Ato. – Ah sí déjeme ver, pase por favor. Y entramos por un corredor amplio, con bellas alfombras color rojo y dorado, con cuadros antiguos en las paredes, y un pinito a medio adornar, y nos lleva directamente al recibidor. ¿Desean un cafecito para esperar? – Bueno contesté, -pero intuyendo que aquello no iba para más, – y si es con unas galletitas mejor, por favor. 
Eran las 9:25, y a las 10 llegaría la antorcha Guadalupana con peregrinos venidos de todas las parroquias de la diócesis. 
A los 5 minutos hacen su aparición el café y cuatro galletas saladas. Y atrasito entra el cardenal Dolan, ya revestido con casulla y solideo rojo listo para la misa.

¿Hablas ingles? Me pregunto. Sí, un poco. Que bueno porque yo hablo muy poquito español. Y comenzamos a platicar de la necesidad de hacer intercambios entre sacerdotes de Mexico y EUA para apoyarnos mutuamente; y le compartí que ya habíamos solicitado reunirnos las dos conferencias de obispos, la americana y la mexicana, para trabajar juntos en muchos temas comunes como la migración, la libertad religiosa, y compartir la experiencia y riqueza de cada uno.

Lo felicité por el articulo publicado en la fiesta de la Inmaculada, especialmente la parte que dice que la Virgen María, estaba fuera y lejos de casa, a punto de dar a luz, a aquel que sería el salvador del mundo, iba buscando posada junto a José, en Belén. Y que más tarde, ella misma, el niño, y el buen José huirían de su país, a otro desconocido, a buscar nuevas oportunidades de vida, y cumplir sus sueños, porque en el suyo, querían asesinar al niño. Por lo que ahora, ellos vuelven a ser los migrantes y refugiados. 
Me agradeció sonrientemente, y me preguntó si ya había leído el de ese mismo dia 12, publicado en el Daily news. En el defiendo a los mexicanos migrantes. No lo he visto, pero lo leeré sin demora, le prometí.

En eso vio su reloj, eran las 9:40 y dijo, es mejor que vayamos a recibir a los jóvenes y las familias que vienen con la antorcha. Con lo que nos paramos, y le dije adiós a mis chilaquiles bañados en salsa roja, con salchicha.

Hacía mucho frío, no obstante los jóvenes y las familias, todos en pants gris, entraban a misa, contentos y entusiastas, portando muchos de ellos banderas mexicanas, y el estandarte de la Virgen. El cardenal Dolan, me pidió diera la homilia, y nomas acabándola, salimos corriendo, para llegar a la otra misa que tendríamos en el seminario de new York. Ah eso sí, párate por favor padre Ato, -le dije- para tomar un café y comer un panecillo, antes de llegar. 
Nos paramos en una esquina, que decía café fresco, entramos y compramos sendas tortas, una cubana, y otra de pollo marinado, que nos sirvieron partidas en dos en cada plato. Por la premura del tiempo, nos comimos cada quien una parte, y el padre Ato se quedó con las ganas de echarse la segunda, y yo de un mufin. 
Corrimos al carro, y llegamos en punto de las 12 md, justo para empezar la misa, ante 85 seminaristas que integraban la diócesis de Nueva York, y 4 diócesis aledañas. Me sentí en casa, porque es la misma Iglesia, hablé a mis anchas, porque me sentía en familia. 
Ahí comimos con los padres y seminaristas, muchos de ellos, migrantes o hijos de migrantes mexicanos o latinoamericanos. 
De ahí nos fuimos a descansar un poco, no sin antes pasar por el mufin por supuesto. 
Total que terminamos con la misa de 7 pm en una catedral de san Patricio pletórica, celebrando a nuestra madre, la Virgen de Guadalupe. 
El cardenal Timothy Dolan, escribió en su artículo del 12 de diciembre algo bello alusivo a todo el mundo hispano: 
En este país de inmigrantes, los migrantes no son una carga o una amenaza, al contrario, ellos son amigos, compañeros, parroquianos y ciudadanos. Y la Iglesia como madre, hablará por ellos, y los defenderá!

¿Vendrás el próximo año? Preguntó el padre Salvador; nos veremos en México primero, le dije, para buscar religiosas y sacerdotes que quieran dar su vida por los hispanos. Después Dios dirá.

 

+Alfonso G. Miranda Guardiola 

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