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Así no puedes entrar al cielo. El sacerdote o entra con su entera comunidad o no entra.

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Una noche en mis sueños aparecí ante la puerta del cielo, era un portón grande, imponente, alto y dorado. Tan pronto llegué, toqué la campanilla que estaba fuera. Al instante me abrió un hombre de barba blanca con una túnica resplandeciente, y con unas enormes llaves de oro a la cintura. Era sin duda el apóstol San Pedro. Tan pronto me vio, me gritó con voz alegre y cantora: ¡Padre Poncho! ¡Qué bueno que ya llegaste! Desde cuándo te estábamos esperando.

Conmovido, le agradezco el amable gesto, tanto como puedo. Pero, inmediatamente después, noto que se queda viendo a mi alrededor como buscando a alguien. En eso intento pasar, y me detiene:

  • ¿Vienes sólo?
  • ¿Cómo? – Le digo.
  • Pues, ¿qué había que traer a alguien? – Le pregunto.
  • ¿Y tu comunidad?
  • ¿Mi comunidad? ¿La que yo evangelicé? Pues, se quedó en la tierra, preparando la kermesse.
  • ¿Y no los trajiste contigo?
  • Mmmmh, pues francamente no, estaban batallando para ponerse de acuerdo con lo de los tamales y las enchiladas.
  • Pues, discúlpame mucho, pero no puedes entrar.
  • Pero, ¿por qué? Ellos eran los que no se ponían de acuerdo. – Le respondo asustado, sobresaltado y un poco contrariado.
  • Pues lo siento mucho.
  • Pero, San Pedro ¡Si soy sacerdote! Y hoy es jueves santo.
  • Sí lo sé, pues con mayor razón no puedes entrar.
  • ¿Cómo? Pero si aquí es mi lugar. Jesús dijo que el que dejara a su padre y a su madre, por seguirme a mí, tendría un tesoro en los cielos.
  • Efectivamente, pero aquí en el cielo, hay una cláusula especial que dice: “o el sacerdote entra con su entera comunidad o no entra”.
  • ¿Con todos?
  • Sip.
  • Pero, si hay algunos muy difíciles. ¿También ellos?
  • Especialmente ellos.
  • Y guardando un poco de silencio, meditando y midiendo la gravedad de sus palabras, le digo apenadamente:
  • Ah! Ya entiendo, pero, entonces ¿tendré todavía alguna oportunidad?
  • Todavía te queda un poco de tiempo, así es que apresúrese, vaya mi hijito, convenza y tráigase con Usted a toda su comunidad, y entonces sí, tú y todos los tuyos entrarán contigo.
  • Aliviado y animado por esa respuesta, le digo:
  • Muy bien San Pedro, al ratito vengo, voy por toda mi comunidad, incluyendo a los más complicados. No me vayas a cerrar, aquí nos vemos.

Y desde entonces pues, aquí andamos, luchando y batallando por convencer a todos, que debemos ser hermanos, y así poder entrar todos juntos en el Reino de los cielos.

+Alfonso G. Miranda Guardiola  
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