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Sucedió una noche en casa de Pastoral: Cuando ellos cantan el mundo calla.

Sucedió hace varios años en la Casa de Pastoral. 

Un sábado de sesión ordinaria con los Divorciados y vueltos a casar, en que un servidor estaba dando una plática fenomenal (ajá!), de repente llega Carmelo, con actitud extraña, y subrepticiamente pone su bolsa de lonches, en una mesa junto a las demás, pues esa noche iríamos al hospital de Zona a entregarlos a los familiares de los enfermos.
Su sonrisa grande y sospechosa delataba algo, pero bueno, no le dimos mayor importancia, y seguimos con la interesantísima sesión (ajá).
Su esposa Marisela había llegado temprano, pero desdeñosamente, no le obsequió ni una sola mirada a su esposo al llegar, quizá por la hipnotizadora charla que estaba un servidor dando, (si, cómo no!).
En el momento en el que estaba más inspirado con mi tema, y la gente estaba más atenta (ajá!). Penetra en la solemne sala, un impactante ruido de trompetas y guitarras al ritmo de Ran ta ran ta ran, ta ran…

Todos impávidos, los varones desconcertados, las damas, mirándose unas a otras, preguntándose: ¿Será para mí?
Y el Mariachi, con la gallardía y porte de sus elegantes trajes, y la tesitura grave de sus voces, y seguros de que cuando ellos cantan el mundo calla, y todavía más, , irrumpen en el salón, e interrumpen a mansalva la sesión.
Mientras todos se miraban incrédulos por lo que pasaba, mientras todos se asombraban de tal atrevimiento, una mujer estaba ya, con sus ojos inundados de lágrimas, que su fiel y cortés caballero, no tardó en enjugar. Al instante los dos se prendaron en un abrazo, que pareció durar horas, y en un beso, que ruborizó a la noche, a la luna y a todas sus estrellas.
Corrieron muchas lágrimas en los rostros de las damas, y los caballeros nos quedamos atónitos, ante semejante ejemplo de bravura y gentileza.
Inmóviles, escuchábamos: “ y la luz de tus ojos divinos, cambiaron mis penas por dicha y placer”, pero nos sentamos de rato, cuando empezamos a escuchar las primeras notas de “amor eterno”.
Esa noche ya no fuimos al hospital, abrimos los lonches que llevábamos, y nos dispusimos a cenar todos juntos invadidos por un sentimiento de luminosa alegría, mientras nos deleitábamos con nuestra hermosa música mexicana, que es capaz de remendar heridas y resucitar amores.
Esa noche, todos nos fuimos con un dulce y exquisito sabor de boca, al contemplar una hermosa escena de amor, que quedó grabada para siempre en nuestros corazones.

+Alfonso G. Miranda Guardiola 

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