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El Dios campesino

historias6

 

Estaba una vez el Dios campesino sembrando con mucha ilusión y a manos llenas las semillas.

Una de ellas cayó en uno de los surcos de la tierra. Y se sintió muy cómoda, calientita, arropada, cobijada, pero muy pronto, sin moverse se sintió morir. Había en ella una fuerza interior inmensa, un deseo irrefrenable de vida, que la impulsaba impetuosamente.

Otras no tuvieron tanta suerte, cayeron a lo largo del camino, se las llevó el viento, fueron pisadas, o algunas aves se las comieron.

Por lo que venciéndose a sí misma, quebró su caparazón de confort, y salió a vivir. Inmediatamente se dio cuenta de la dureza del surco, y que había grandes piedras y espinas, que parecían murallas infranqueables. Sintió temor y deseos de regresarse, pero no podía detenerse, el germen poderoso de vida que llevaba en su interior le gritaba, le impulsaba, por lo que con toda su fuerza y valentía, se lanzó, arremetió, rompiendo el surco y la piedra.

No podía ser posible, que ella, con tantos deseos de vivir, tuviera que enfrentarse a tantos obstáculos, que se lo impedían, por lo que no conforme, se rebelaba.

Y como una consigna que traía en el alma, luchó sin cesar, hasta que venció todas las barreras. Y se sintió muy feliz, pero sólo mientras se dio cuenta, que la batalla apenas comenzaba.

Pues empezó a crecer y a notar que alrededor suyo, también crecía la cizaña, que la empujaba y estorbaba, por lo que nuevamente imponiéndose a sí misma y a los demás, no se dejó vencer ni contaminar, y se propuso crecer fuerte y vigorosa hasta que llegó a ser una espiga grande y hermosa, cuyo fruto, más tarde, sirvió para remediar el hambre, y para que no faltará alegría en las mesas, y fortalecer los corazones, y para dar dicha y riqueza a los pobres.

Y comprendió que su lucha había valido la pena, que una sola espiga que brota de un grano bueno, ¡vale más que toda la cizaña de la tierra!

+Alfonso G. Miranda Guardiola

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